Un día, mientras caminaba con mi hijo en brazos, pasó junto a mí otro pastor que también cargaba a su pequeño. Al encontrarnos frente a frente, me saludó diciendo: «¿Cómo está hermano?, ¿también en esta lucha?».
En ese momento no comprendí sus palabras; pero es probable que ahora sí: Criar hijos es una lucha constante.
Se lucha contra la propia voluntad, porque es necesario dar enseñanza y buen ejemplo.
Se lucha contra la voluntad del pequeño, porque siempre quiere hacer la suya.
Se lucha contra la crítica de quienes aún no enfrentan esta lucha.
Se lucha de muchas maneras, en muchos sentidos. Y, a veces, como en toda lucha, se sufre.
Pero esta es una de las pocas cosas por las que realmente vale la pena luchar, con la esperanza de que un día nuestros hijos amen al Señor con todo su corazón y caminen por esta vida siguiéndole a Él.